miércoles, 7 de noviembre de 2012




Besalú

Escucho el golpear de las gotas contra el cristal. He apagado los limpias, de nada sirven porque no pueden apartar mis lágrimas. No he desconectado el coche, la calefacción me reconforta, me da una sensación pasajera de bienestar; la radio me hace de compañera. Aún no quiero silencio. Es más fácil así. Llenar el espacio con sonido no va a cambiar nada, pero lo hará más llevadero.
No sé cuánto tiempo llevo aquí sentada. Quizá haya llegado el momento. No voy a cambiar de opinión, pero por eso mismo no quiero precipitarme ni tampoco llegar tarde.
Puede que tampoco importe. Puede que se parara mi reloj cuando tomé la decisión.

He vuelto a hacerlo. Me resulta demasiado fácil desconectarme de la realidad. Quizá fuera una buena señal, lo haría todo más sencillo. En realidad eso carece de importancia, debo seguir mi camino de igual modo, lo quiero así.

Es el momento. Sigue lloviendo y ha anochecido. Desconecto el coche y quito las llaves del contacto. Las dejo sobre el asiento, puede que a alguien le venga bien mi viejo fiesta, su camino ahora no es el mismo que el mío. Suerte pequeño…

Pensaba que la temperatura sería más baja, pero eran de agradecer las gotas recorriendo mi cara.  ¿Por qué no descalzarme? Quizá así el frío vendría a buscarme.
Es agradable la humedad. Bueno, no para todo el mundo, pero sí para mí. Me gusta el frío, y la humedad siempre lo acompaña.
El agua lame la punta de mis dedos. Dar pequeños pasos es un buen entrenamiento para seguir caminando al llegar a la orilla, la clave es la determinación. No debo pensar en las razones que me llevan al agua, sólo en la decisión tomada.
Sigo caminando a pesar de que el agua ya acaricia mis tobillos.
Mis lágrimas se confunden con la lluvia. ¿Por qué sigo llorando? El miedo está ahí atrás y no sabe nadar. El miedo no decide, no tiene esa capacidad. Pero yo sí.
Continuo hacia adelante, escucho el latir de mi corazón en los oídos.

Por fin el frío se apodera de mí, el agua me sujeta de la cintura y me arrastra con ella. Es perfecto, tan sólo unos pocos pasos más y me sumergiré en la oscuridad. Donde reside la calma, donde las voces cesarán, donde el dolor no existe.
Noto las últimas burbujas que salen por mi nariz, ya falta poco…
Una sensación de cansancio me inunda. Tengo sueño.

Casi está, lo puedo hacer.
La luz se va apagando.

Me acuna la corriente, me arropa y me arrastra al fondo, y yo me dejo llevar.
Quiero olvidarlo todo…
Pero de pronto una imagen rompe la calma. ¿Por qué ahora? ¿Por qué eliges este momento para aparecer? Ahora no es el momento. ¡Dije nunca jamás!

Me invade el pánico y de pronto mis pulmones convulsionan, luchan por respirar, buscan oxígeno, yo busco oxígeno. Me agito asustada. Todo es negro. Todo oscuro… excepto una sombra blanca en la lejanía, sólo un puntito en el horizonte. Intento enfocar la vista, pero de pronto la luz se agranda y siento un golpe seco en el pecho.

Ya no veo nada, no siento nada. No hay miedo ni dolor.


Es tarde, lo noto, se apaga la luz, ya no hay sitio para el arrepentimiento.
Se acabó…


Ascen González